Un nuevo
artículo en la revista
homonosapiens, que habla sobre la idealización de la nostalgia como estrategia de huida ante una realidad presente que no queremos aceptar.
SOBRE LA NOSTALGIA
Siempre vivimos en el presente (a nivel real) aunque, en algunas ocasiones, no estamos del todo presentes en el momento en el que vivimos (nivel psicológico). Así, por ejemplo, cuando recordamos un pasado en el que fuimos felices, no por ello dejamos de vivir en el presente sino que, en realidad, vivimos poco presentes porque estamos identificados con una creencia, que podría ser, entre otras, la de que todo tiempo pasado fue mejor.
Para conocer el nivel de presencia en el que vivimos, que no es más que nuestra apertura al sentir del momento, en el que estamos aquí y ahora, os propongo que hagáis una práctica de autoobservación a partir de las siguientes cuestiones: ¿estás pensando lo que sientes en lugar de sentirlo?, ¿revives frecuentemente tu pasado o te proyectas en el futuro? A partir de esta práctica, surgen diferentes posibilidades de estar ausente, en las que se da una disminución de nuestra presencia, entre las que destaco las siguientes: el que vive proyectado en el futuro, por sus preocupaciones, temores, proyección de ideales y fantasías… y, por otro lado, el que vive invocando un pasado, sea porque siempre considera que fue mejor o porque vive sometido a experiencias vitales dolorosas, que son fuente de culpas y remordimientos.
En la mayoría de ocasiones, detrás de la ausencia, se esconde una voluntad de no querer ver, es decir, nos tapamos los ojos para no abrirnos a una realidad que nos disgusta, y nos resistimos a vivir la realidad tal como es, sin trampas ni cartón. Una de las estrategias mentales que nos aleja de la realidad, es la de las personas que viven bajo la nebulosa de la nostalgia de los felices tiempos que fueron y que no volverán a ser. En este caso, se trata de alcanzar una “falsa felicidad”, que es esclava de ideales y creencias que generan dolor porque nuestra plenitud ya fue, no es, ni podrá ser. Aspiran a una felicidad que no depende de ellos alcanzarla, puesto que descansa en unas circunstancias que escapan a su control. Buscan en el exterior su plenitud, cuando, en esencia, desconocen -no recuerdan- que todos ya somos completos y, por tanto, plenos. De este modo, si para vivir plenamente en el presente necesitas alcanzar ciertas condiciones que se basan en algunas exigencias como son las de cambiar el mundo, a otras personas o a ti mismo/a, es que andas en un terreno de arenas movedizas, que te aleja, sin ninguna duda, de conseguir la vida buena. A esto se refiere Pierre Hadot en su obra Plotino o la simplicidad de la mirada:
El movimiento de la Vida y su presencia total no pueden fijarse en un punto, sea cual sea. Por lejos que uno vaya hacia lo infinitamente grande o lo infinitamente pequeño, su movimiento siempre nos rebasará, puesto que nosotros estamos en dicho movimiento. A la Vida cuanto más se busca, menos se la encuentra. Sin embargo, cuando renunciamos a buscarla descubrimos que ya estaba allí, puesto que es pura presencia: todo lo que concebíamos o percibíamos como distinto nos separaba de ella.
Por otro lado, si hacemos referencia a la etimología de la palabra nostalgia, ésta alude al dolor provocado por una ausencia que es recordada, que provoca añoranza y melancolía. Una vivencia, que puede llevarnos a estar más ausentes o más presentes aquí y ahora, dependiendo de nuestro nivel de conciencia. La cuestión importante que se nos plantea, por tanto, es cómo vivimos -cómo nos relacionamos- con esta pérdida: si el pasado nos conecta o no con el goce de habitar el presente. Para averiguarlo, pregúntate, esta vez, sobre la relación que mantienes con tus recuerdos más felices a través de estas cuestiones: ¿te proporcionan frustración, remordimientos, culpa, apatía vital, enojo, tristeza?, ¿te alejan de la alegría? En pocas palabras, ¿te alejan de la vida buena? Si contestas afirmativamente, deberías atender a estas “voces” que te indican un camino para transitar, ciertos recovecos oscuros que te impiden avanzar. Pero, como he señalado, también la evocación de estos recuerdos pueden conectarte con la alegría del presente. De hecho, volviendo de nuevo, a Pierre Hadot, en su obra Ejercicios espirituales y filosofía antigua, éste alude a una práctica realizada por los epicúreos como ejercicio espiritual. Para ellos, la existencia humana se consume por temores injustificados y deseos insatisfechos. Es decir, nos producen miedo cosas que no debemos temer y deseamos cosas que no precisamos desear. De este modo, la curación del alma implica liberarla de las preocupaciones humanas y recuperar de este modo la alegría por el mero hecho de existir. Los epicúreos proponen un entrenamiento para relajarse, que nos permita apartar nuestro pensamiento de la visión de las cosas dolorosas y fijar nuestra mirada en los placeres que consiste en lo siguiente: “Hay que revivir el recuerdo de los placeres pasados y gozar de los placeres presentes, reconociendo cuán grandes y agradables resultan”.
Pero, ¿qué sucede cuando el recuerdo del pasado no es un ejercicio para recuperar el único y auténtico placer que es el gozo del ser y nos sumerge en un vida llena de sinsentido, y con muy poca presencia? Es el caso de las personas que viven en conflicto con la realidad, sumidos, por ejemplo, en una tristeza combinada, a veces, con episodios depresivos. No le ven sentido a su vida, se sienten infelices y su referente de felicidad radica en una felicidad pasada, idealizando el pasado y estando ausentes del presente, el cual se escabulle entre sus dedos. La realidad que les envuelve duele por lo que creen encontrar un refugio en el pasado donde descansar, pero, en realidad, les aleja más de habitar su vida. Recuerdo que una persona, en una consulta de asesoramiento filosófico, me comentaba que cuando se acercaban fechas claves familiares, padecía de momentos en el que el abatimiento y la tristeza le resultaban insoportables, porque no podía disfrutarlas de nuevo. De hecho, decía que en su pasado estaban los únicos momentos en los que había experimentado felicidad y, que nunca había vuelto a reír, ni a disfrutar como antes lo había hecho. Se había desconectado de ella misma. Según sus propias palabras: “sentía un vacío en el pecho”, que no era más que un síntoma de algo no digerido, integrado en su vida.
Para llegar a conectar con el gozo de ser, es del todo necesario “querer ver” y comprender lo que no permite ese goce. Se trata de un mirar -un despertar-, que no resulta en muchas ocasiones nada atractivo para las personas que se encuentran en esta situación. Muchos buscan una solución, una receta rápida que les devuelva la alegría, el sentido en su vida, pero, en el que puedan esquivar el tránsito por lo que creen que les va a hacer sufrir. Desde la filosofía, no existen curas rápidas, sino que el camino es el que es, sin prisas, no sólo atendiendo a las soluciones o resultados. Como decía Epicteto, en el Manual de vida:
Nada importante se produce de pronto, ni siquiera la uva o el higo. Si ahora dijeras: “quiero un higo”, te responderé que hace falta tiempo. Deja primero que florezca, luego que dé fruto, luego que madure. Si el fruto de la higuera no está a punto de inmediato y en un momento, ¿en tan poco tiempo y con tanta facilidad quieres tú conseguir el fruto del pensamiento humano? No lo esperes ni aunque te lo diga yo.
La vía propuesta, por muchos filósofos, es la del autoconocimiento, la del conocimiento de sí mismo. No se trataría, por tanto, de buscar el sentido de nuestra vida fuera de nosotros, sino que es mirando en nuestro interior desde donde podríamos conectar con nuestra plenitud. Es, desde una indagación, como la que proponía Sócrates, dirigida a cuestionarnos creencias del tipo: en este mundo tan horrible no puedo llegar a la felicidad, la vida es sufrimiento sin cesar, la felicidad me llegará cuando consiga algo concreto, las situaciones se modifiquen, o el mundo cambie…, como podemos llegar a tomar más conciencia. Pero, no tan sólo se trata de una indagación de índole cognitiva, sino que también es una práctica continuada: una ascética de autoobservación, de estar atento a la forma como vivimos, en ver cómo nos relacionamos con la vida, no dejarnos atrapar o identificarnos con los pensamientos, una mente que suele desconectarnos de nosotros mismos y de la realidad. No vivimos en el presente porque psicológicamente nos hallamos sumergidos -en el tema que tratamos de dilucidar- en un pasado que no hemos integrado. Si estás en este caso, observa esta dinámica, sin intentar aferrarte a ella, sintiendo esa tristeza, esa nostalgia. Vívela sin estar sujeta a ella. Tú no eres ni esa emoción, ni esa vivencia, eres esa conciencia, el discernimiento de lo que vives. No hay otra forma que transitar nuestros “pequeños infiernos” para llegar al paraíso. La nostalgia lleva también a un reconocimiento de aquello que es importante en nuestra vida, en realidad, de quienes somos, de donde hemos de despojar los apegos, las resistencias y el miedo. Tal y como dice Mónica Cavallé, en su última obra El arte de ser:
De hecho, es precisamente el apego a la imagen de sus vivencias pasadas felices lo que bloquea en algunas personas el camino a la aceptación. Cabe formular esto último como una ley espiritual: pretender acceder directamente al cielo nos aboca al infierno […] No queremos vivir nuestros infiernos personales, queremos eludirlos a toda costa, queremos transitar directamente al paraíso, pero la salida al paraíso pasa siempre por atravesar nuestra limitación, por abrazar nuestra sombra, por confrontar y apurar hasta el final, una y otra vez, nuestra experiencia actual”.